domingo, 29 de septiembre de 2013

Rose

Tras un rato paseando arriba y  abajo por la calle libreros, Rose había encontrado lo que buscaba. La calle libreros, antes muy populosa ahora apenas sí estaba frecuentada. Además, la temperatura en la calle a las doce del medio día de Agosto no incitaba a la gente a pasear. Sin embargo, ella estaba allí parada frente a un escaparate antiguo de madera. La tienda tenía en la puerta un rótulo blanco en el que rezaba  "Librería La Merced". Se veía pequeña en comparación con el resto.

-Buenas tardes, ¿puedo ayudarla en algo?

La dependienta de una pequeña tienda llevaba un rato observando a la extravagante joven que miraba su escaparate. Por eso cuando Rose se decidió a entrar por fin en la tienda, la señora que la regentaba no dudó en lanzarse a por la joven. Los meses de verano habían sido especialmente duros para el negocio. Los madrileños un año más realizaban el éxodo a las playas y los turistas... la verdad es que la gran "recesión" que azotaba desde hacía unos años al país además de las intensas olas de calor asfixiante provocaban que los turistas interesados en ver la cara, calurosa y asfixiante capital española se hubiesen reducido drasticamente. Eso, sin olvidar que el negocio ya no era lo que antaño. La pequeña librería que se había heredado en su familia durante generaciones ya no luchaba contra otras librerías más modernas de la calle,sino que luchaba por sobrevivir contra las grandes empresas como fnac. Esto, unido a la crisis del libro, que perdía importancia a favor de las nuevas tecnologías día si y día también hacía que la sombra del comercio "todo a cien" chino, japonés o coreano se cerniera sobre su negocio. Por eso, la atención de aquella joven por alguna de sus obras sería para ella como agua de Mayo y retrasaría un día más la venta.

-Lo cierto es que si. Verá estaría interesada en esa libreta que tiene en el escaparate.
-¿Esta de aquí?
-Si
-Es una auténtica obra de arte, ¿no cree? hija, estas libretas ya no se encuentran en los centros comerciales esos que utiliza ahora la gente. ¿Desea usted algo mas?
-No, gracias. Cuanto es?
-20,50€ por favor
-Tome
-Muchas... gracias por su compra - y añadió con felicidad al ver como la muchacha le daba el dinero con una sonrisa - Espero que vuelva usted pronto.
 Aunque no añadió que era probable que ya no existiera dicha tienda para cuando la muchacha volviera. Rose se despidió de ella y salió de la tienda. Su nueva adquisición era una delicada libreta en tonos verdes con sombras doradas. Una auténtica obra de arte.
Al llegar a la intersección con la calle flor alta, prestó atención por primera vez a los carteles electorales con los que habían empapelado la calle y le recordó vagamente a otros momentos de la historia: rojos y azules. Las elecciones municipales se acercaban, y nuevamente la elección de qué partido escoger. Cada cuatro años, esa pregunta asomaba por su corazón, esperando una nueva respuesta, un cambio real. Sin embargo, otra vez los mismos partidos, las mismas ideologías anticuadas e incompetentes que gobernaban a modo bipartidista como antaño. Los "buenos" y los "malos". Solo que aquí ninguno era bueno.
Sin darse cuenta, había dejado atrás la calle libreros y había empezado a deambular por calles menos transitadas por los turistas (aunque estaba igualmente vacía). Dobló la esquina, y sin darse cuenta tropezó con una bicicleta, que para evitar atropellarla giró el manillar y fué directa a unos setos un poco más allá. El conductor era un joven que tendría aproximadamente su misma edad, de pelo color castaño oscuro que llevaba lo suficientemente largo como para darle un look despreocupado por el mundo. La bicicleta estaba repleta de bultos, por lo que Rose supuso que el chico era  repartidor.

-Discúlpame, iba un poco ida y no me he dado cuenta. ¿te he hecho daño?-preguntó Rose mientras lo ayudaba a levantarse del suelo.
-No, no te preocupes mujer. yo también iba un poco a mi bola- añadió él, mientras recogía los paquetes de la bicicleta, que habían quedado esparcidos por el suelo y rezaba por que no estuviesen rotos.
-Espera, te ayudo. A fin de cuentas, a sido mi culpa
-No te preocupes, mujer si no tiene importancia
-Insisto
Añadió a la vez que se agachaba para coger la última caja. Sin embargo, él había realizado el mismo movimiento, y ambas cabezas chocaron. No se hicieron daño, pero en ese momento se miraron y ambos callaron. algo en los ojos de él le decía que era diferente. Algo en los ojos de ella, una luz. Un reflejo de años de soledad se marcó y él se quedó hay, perdido en tantos secretos que guardaban, en tantas cosas que esos ojos habían visto.

-Caray, cuidado. hoy sales de aquí lisiado por mi culpa, ¿eh?- Comentó Rose, rompiendo el silencio y haciéndolo bajar a la tierra de nuevo.
-huy, espero que no. Una nueva fractura y mi jefe me echa- Rió él
-Espero que no, me sentiría muy avergonzada si perdieses tu trabajo por mi culpa
-No te preocupes, creo... que no me he roto nada. ¿Tú estás bien?
-Si. Tengo la cabeza dura... un golpecito tan tonto no es un gran problema.
-Me alegro. Oye ¿De dónde eres? No tienes pinta de ser de aquí
-Oh, pues... no la verdad es que no. Vengo de un pueblo del sur. No lo conocerías. Llegué aquí hace unas semanas.
-Entiendo. Pues señorita... el chico de los recados debe partir. Espero que podamos vernos algún día de nuevo señorita. si te doliera la cabeza, no dudes en contactar conmigo.
-¿Cómo? No sé tu nombre, ni tu número....-Dijo entre risas
-Eso es fácil de arreglar. Veo que llevas una libreta-Urga en sus bolsillos en busca de algo- Y yo pongo el lápiz. ¿Me permites?- Le dijo, mientras cogía de las manos de Rose la libreta verde y dorada de la que se había enamorado el mismo día que pisó aquella ciudad. ¿Quién le diría a ella que la iba a estrenar así? Pensaba escribir lo difícil que estaba siendo adaptarse a una gran ciudad como aquella. Algo así como el diario de una joven escrito en tercera persona. Algo real, algo que recogiese ese duro momento de su vida. Sin embargo, un desconocido estaba escribiendo su teléfono ahora en su libreta.
-Ya está. Todo tuyo- Le dijo el joven, entregándole de nuevo la libreta cerrada.- Debo irme ya. Encantado de conocerte- Le dijo, guiñándole un ojo a la vez que montaba de nuevo en su bicicleta. Ella no se movió. Casi no respiró. Estaba extrañada ante lo extraño que había sido todo.

 La bicicleta giró hacia la derecha, justo por dónde venía Rose. Ella iba hacia arriba, justo de donde venía él para tomar el metro de la plaza de Santo Domingo. Tras darse unos segundos, reemprendió el  camino  hasta la parada del metro que la llevaría hasta Palas del Rey.

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